Y mi alma buscaba tu cuerpo, pero no lo encontraba. Entre mis brazos desnudos abarcaba tu ausencia, sentía tu calor, descubría tu aroma perdido en nostalgias.
De qué valió un instante de cielo si ahora espera una perpetuidad de infiernos. Para qué probé el dulce sabor de tus labios si ahora la amargura se encarnó en mis entrañas. Fue una brisa, tal vez. Tan fugaz que me rozó el cuerpo sin percibir que alcanzaba mi alma. No la pude reconocer y cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Ya estabas en mí.
Duró lo que el sol tarda en apagar la oscuridad de la noche, pero encendió mi horizonte. Traspasó mis fronteras. Se quedó a mi lado para darme sueños de inmortalidad y se esfumó sin explicaciones.
Sé que estoy en algún lado, lejos, muy lejos de tu corazón. Tan claro como puedo percibir que estás cerca, muy cerca del mío. Sé que no recordarás siquiera mi nombre, aunque el tuyo se haya fundido en mis venas. Sé que recorreré la eternidad buscándote para hallar solo imitaciones de ti.
Queda tu mirada, aquella frescura de tu sonrisa y esa ilusión de felicidad que terminó, antes quizás, de haber deseado que comience.
Una brisa fugaz
Por Ignacio Larre