Ella solamente quería sentir el mundo. Verlo con sus propios ojos por última vez.
Cantando con voz angelical, se asomó a la superficie. Me miró tiernamente. Sonrió. Y mientras se hundía fugaz en el océano, me permitió observar su larga y esbelta cola antes de partir en forma definitiva a su profunda Atlántida.
Desde aquel día, no solo comencé a creer en las Sirenas, sino también en la magia escondida en cada rincón de este maravilloso planeta. Desde aquel día, ya no necesito ver para creer. Solo me hace falta soñar, con fe infinita, y dejar que la magia sencillamente ocurra.
Queda como anécdota, esta fotografía tomada en las costas de Torres, Brasil. En ella se observa una figura increíblemente similar a la cola de una sirena danzando al compás de las olas del Atlántico. Debo admitir que me he pasado horas tratando de negar lo que mi imaginación interpreta. Pero por más que lo quiera evitar, una y otra vez caigo en el mismo pensamiento. Aquello, definitivamente, se trató de una sirena.
Y tú… ¿Aún no crees en la magia?
¿Aún no crees en la magia?
Por Ignacio Larre