¿Acaso hay alguien que no crea en la magia? Pues yo la he visto y hoy, me he decidido a mostrártela.
Sé que existe. Lo sé porque recosté mi cabeza en su regazo y me fui quedando dormido, pintando sus colores en mis incipientes sueños.
Primero vino el Rojo, se coló entre mis ojos entreabiertos y la pasión me infundió el ardiente deseo de su presencia.
Luego vino el Naranja, se acercó tímido a mi corazón, inundando mi interior de una energía indescriptible.
Me descubrí sonriendo. Sin saber por qué, la felicidad se teñía de Amarillo, coloreando de alegría mi dulce ensueño.
Y llegó el Verde y con él, la esperanza de que algo cambiaría para siempre. Ya no me sentiría igual. Presentía que jamás volvería a ser el mismo.
Una inmensa tranquilidad se apoderó de mi espíritu. Mi alma se abrigó de sigilosa calma mientras el Azul atravesaba, radiante, la plenitud de mi asombrado cuerpo expectante.
Y mi mente se vacío por completo. Todo temor, duda, dolor o ansiedad, desapareció sin rastros. Un intenso Morado acaparó la inmensidad, al tiempo que las fantasías jugaban a convertir mi sueño en un increíble y majestuoso universo.
Una lágrima brotó de entre mis párpados cerrados. Recorrió mis ojos hasta mojar mis labios de salados instantes. Pero su recorrido no era de tristeza, sino de exultante dicha. Mi ánimo irradiaba positividad, dibujando de Violeta cada pétalo de ilusión que mi imaginación inventaba.
Abrí los ojos y desperté en la magia. Me hallaba parado en el comienzo de su arcoíris, que con sus siete acuarelas construía delante de mí, un infinito puente hacia el mismísimo cielo.
Y todo era magia, de la más alucinante y magnífica que pudiera concebirse. Tan real, que en su locura no había razón, pero sí certezas. Sabía que avanzando, todo sería distinto.
Un paso y luego el otro, un deseo y luego el otro, al ritmo de un imponente sendero de colores, que me iba suspendiendo en los aires de su encantamiento, en escalada al cielo y al centro de su magia.
Sentía el corazón latir al hechizado compás de mi fascinación, la sangre correr por las venas oxigenando mi aliento y una profunda y exquisita serenidad que auguraba un extraordinario suceso.
Yo creo en la magia, pues me he dormido en su regazo, despertando en su arcoíris. Caminé por su manto de colores descubriendo felicidad a cada paso. Y hoy, que me encuentro en la cima de sus recónditas entrañas, me doy cuenta que siempre me estuvo esperando, justo en aquel lugar dónde mis sueños me estaban llamando.
Al final del arcoíris
¿Acaso hay alguien que no crea en la magia? Yo creo en ella, y espero que a partir de mi relato comiences también a creer y a buscarla en lo más hondo de tus sueños.
Por Ignacio Larre