Barquito de papel, ¡qué frágil surcas el mundo!
Liviano como una pluma transitas el tiempo, llevando mi historia contigo.
Nada te detiene. La corriente te empuja atravesando experiencias.
Danzando entre obstáculos, sin vacilar, te empecinas en seguir tu rumbo, añorando horizontes de ilusiones.
Pareces quebrarte en la lucha, pero te atreves a desafiar tu propia esencia al continuar tu camino. Has sido hecho para flotar y bien lo haces.
Doblas en cada esquina, dejando atrás lo conocido, ansiando nuevas oportunidades que no dejarás pasar.
Con el envión que llevas, te animas a todo, incluso a hacerle frente a aquel remolino que tanto temes. No lo piensas, no tienes alternativa.
Sabes que si te hundes al menos un instante, podrán descubrir la endeble estructura de tu alma y quedarás a la deriva convertido en una absurda bola maltrecha de papel mojado. Y ya nada tendrá sentido.
Mantienes la proa en alto sonriéndole al destino. El timón de nada sirve. Te acercas a lo inevitable. Y cuando tus cartas parecen estar echadas a un desahuciado desenlace, el torbellino decide que aún no es momento de abrazarte, expulsándote muy lejos de su alcance. No era tu final. No era tu destino. Recién ahora lo sabes.
Te encuentras nuevamente solo. Perdiste noción del tiempo. Estás absolutamente desorientado por las inclemencias de tus mil batallas. Sabes que tu tiempo no será infinito. Ya no tienes la juventud de ayer ni el espíritu aventurero de tus mejores épocas.
Estás húmedo y aunque desearas ser de otra manera, eres de papel. Un sencillo papel doblado en 20 partes, que ya comienzan a abrirse. Lo sientes. Lo aceptas.
Transitas tus últimas calles desiertas. El agua escasea. Pareces estancarte en la calma de un viaje que supo ser torrentoso y ahora no llega siquiera a moverte. No era el final que anhelabas. Siempre te has movido y si te detienes ahora, no podrás volver a navegar nunca más.
Barquito de papel, en tu hoja llevo escritas las letras de mi vida que aún no quieren perderse en la intrascendencia. Quiero seguir flotando contigo. Tenemos muchas cosas todavía por compartir. Muchas historias por contar. No te rindas. No lo hagas. No todavía.
Siento que una esperanza me alienta. Una luz en forma de relámpago corta el cielo en dos y un trueno temerario acompaña una repentina ráfaga del sur, que trae aires de milagro.
Sopla el viento y mi espíritu va con él. Se izan nuevamente mis velas y lo que era final anunciado, una vez más, se transforma en otra anhelada experiencia.
Sigiloso vuelvo a los mares, con más fuerza que nunca y con optimismo renovado. Sé que no tengo el vigor de antes, pero ya no me importa. No me preocupo por lo que resta, sino por seguir mi rumbo. Aún hay tiempo.
De ahora en más, afronto lo que quede sin temor, agradecido a la vida y con el único sueño de disfrutar el viaje.
Soy quien soy. Un pequeño y delicado barco de papel, a la deriva, en un inmenso mundo de incógnitas. Con la fragilidad de un instante, pero los sueños intactos. Como aquel primer día en que me animé a soltar las amarras y emprender mi viaje a un destino que pronto descubriré y al que ya no le tengo miedo.
El viaje de mi vida
Por Ignacio Larre