Oculta yace en las sombras
mi parte más oscura.
No es que la desconozca,
ni le reste importancia.
Vive en mí tal como mi parte luminosa,
sólo que ésa me enorgullece y aquella…
aquella me avergüenza.
Prefiero apartarla,
esconderla de mi mismo.
Hacerme el distraído
simulando que no está,
aunque su presencia sea tan cierta,
como humana mi existencia.
Pretendo quizás
mostrar mi otra cara,
la dulce, la más querible.
La que se puede ver por su brillo,
la que me sale espontánea.
Ésa que se distingue de lejos
y se siente sin esfuerzos.
Y dejar mi parte opaca allí,
bien lejos de los demás
aunque tan cerca mío,
que hasta temo
pueda llegar a atraparme,
pintando lo que resta de mi corazón
de plena negrura.
Ambas conviven conmigo.
Luchan por vencerse,
sin tregua.
Basta que me llene de luz
en mis doradas crecientes,
para sucumbir a una total oscuridad
cuando menguan mis virtudes,
derrotado por los ocasos.
Una nueva fase siempre comienza.
Fresca. Esperanzada.
Por más que llegue a doblegarme,
Mi miseria no me quiebra.
Nunca lo hizo.
Y ya empiezo a creer
que jamás lo hará.
Me atrevo a aceptarla
e incluso a entenderla,
aunque en el fondo la aborrezca.
Me convenzo a crecer con ella,
a cargar con su peso
y sus consecuencias.
No queda otra lo sé.
Soy tan sombra, como luz;
crepúsculo, como amanecer;
especial, como malditamente humano.
Mis dos caras, mis dos realidades.
Cómo las de la luna,
cómo las de mi esencia.
Te pido el favor de no juzgarme,
de aceptarme
cómo yo lo intento.
No soy perfecto y tú tampoco.
Mi luna es lo que es…
Pero estoy seguro
que si aprendes a observarla,
a mirarla con el corazón
y sentirla con el alma,
llegará a enamorarte.
Y el resto,
el resto solo Dios lo sabe…
Mi parte oscura
Por Ignacio Larre