Una noche me encontraba navegando por el mundo,
a la deriva, sin rumbo, sin atinar un destino.
Y fue por algo divino, una corriente impensada,
que naufragué en tus orillas y me perdí en tu mirada.
Al atracar en tu vida, en la isla de tus aguas,
desorientado al principio, busqué refugio en tu alma.
Así encontré un paraíso, edén que siempre deseaba.
Princesa de mis sueños, hallé en tu reino morada.
Sin comprenderlo al comienzo, significó una aventura
pero bastaron momentos, para apreciar tu dulzura.
Me capturaste en tu encanto, apresándome en tus besos,
hechizando con tu piel cada parte de mi cuerpo.
Uní mi vida a tu imperio, convirtiéndome en alteza,
me coronó tu nobleza, digna de un corazón puro.
Y en tu castillo dorado, por el sol que reflejabas,
eras tesoro preciado, yo el pirata que acechaba.
Me desperté de repente, tan solo un sueño he tenido,
creyendo haberlo vivido, me ahogaba en mi propia pena.
Pero al pensarlo un instante, y recordar mi naufragio,
me di cuenta que la historia es realidad, no un presagio.
Pues en verdad es mi vida la que conduce mi barco,
no navego así sin rumbo, sino destino a tus brazos.
No hay un castillo dorado, que refleje tu realeza.
Mi corazón es la isla donde tú reinas, princesa.
Sueño o realidad
Por Ignacio Larre